Todos tenemos dos vidas:
La verdadera, que es la que soñamos en la infancia,
Y que continuamos soñando, adultos, en un sustrato de niebla;
La falsa, que es la que vivimos en convivencia con otros,
Que es la práctica, la útil,
Aquella en que acaban por meternos en un ataúd.

En la otra, no hay ataúdes, ni muertes,
Hay sólo ilustraciones de infancia:
Grandes libros coloridos, para ver, mas no para leer;
Grandes páginas de colores para recordar más tarde.
En la otra somos nosotros,
En la otra vivimos;
En esta morimos, que es lo que quiere decir vivir;
En este momento, por la náusea, vivo en la otra...


Mecanografía - Fernando Pessoa (fragmento)

Tenebras Concilium ha evolucionado. Ahora es...

Tenebras Concilium ahora es Arsomnia

Y Dios dijo a su profeta:
- Destruiré la ciudad de Antofagasta, puesto que no hay un lugar donde se pueda comprar un capuchino para llevar decente en toda ella a las 3 de la tarde.

Y el profeta respondió:

- Pero Dios, ¿cómo puedes hacer eso? Aquí viven cientos de miles de personas, y no todas toman café a las 3 de la tarde. Además, están las cafeterías tradicionales.

Y Dios, con su voz de trueno, bramó desde lo alto:

- ¿Crees acaso que no sé que existen las cafeterías tradicionales? Esta ciudad impía debe pagar por su gran pecado de cerrar a las 1 pm y abrir a las 5 pm, encubriendo con el sagrado derecho de siesta su flojera. Por esto la condeno a ser sumergida bajo el mar, donde podrán dormir a gusto hasta el Ultimo Día.

Pero el Profeta, que vivía en la costa, no quería rendirse:

- Señor, ¿si encuentro una cafetería que esté abierta a las 3 de la tarde y que venda los capuchinos que quieres, perdonarás la ciudad?

Y Dios, en su infinita bondad, le respondió:

- Hijo mío, ¡grande es tu fe! Y bien te digo: Si encuentras una cafetería que esté abierta a las 3 de la tarde y que venda capuchinos para llevar, no destruiré esta ciudad.

Entonces el Profeta, lleno de esperanza, recorrió a lo largo y ancho el país llamado Centro de Antofagasta, en la misión que le encomendó su Señor. Pasaron 40 días y 40 noches, y no pudo encontrar lo que Dios le pedía. Así que se dirigió a él:

- Señor, he fallado miserablemente, es imposible la misión que me encomendaste.

- Lo sé hijo, pero ahora he de cumplir mi palabra.

Y el Profeta vio a su Señor restregarse los párpados fatigados, bostezar, y trazar un signo en dirección a donde muere el Sol. Y entonces la vio: una línea oscura sobre el mar, que avanzaba velozmente sobre el horizonte en dirección a la ciudad. El agua que limpiaría por fin las caras legañosas de los antofagastinos.

FIN

Qué verguenza, la verdad!

La última entrada de este blog (entrada con algo de seriedad, no la payasada anterior) fue hace dos meses.


Humm...

¿Habrá que hacer algo, no? Algo así como una cirugía plástica general, estilo Victor Frankenstein.

Ya veremos.